Por: Arevalo García
Vielma
“Porque
cuando todos hayan aprendido a dirigir y dirijan en realidad por su cuenta la
producción social; cuando hayan aprendido a efectuar la contabilidad y el
control de los haraganes, de los señoritos, de los truhanes y demás
“depositarios de las tradiciones del capitalismo”, escapar a este registro y a
este control, realizado por la totalidad del pueblo, será sin remisión algo tan
inaudito difícil, una excepción tan rara, y suscitara seguramente una sanción
tan rápida y severa (…) que la necesidad de observar las reglas
fundamentales, nada complicadas, de toda convivencia humana se convertirá muy
pronto en una costumbre.” (Lenin,
1979: 109)
Para
nuestro análisis pudiéramos cambiar la palabra “costumbre” por cultura,
entendiendo que la costumbre, como la coloca Lenin es el mundo cultural que
aglutina, consagra y hace de hilo conductor de la racionalidad hacia la
colectividad, generando así una intuición dialéctica colectiva; no escapa de
aquí los múltiples aspectos subjetivos propios de la cultura, apreciándola a
ella también como el mundo de las subjetividades.
De aquí que la sociedad comunista (en
su fase superior) (Lenin, 1979, pág. 101) comprende también un
mundo de subjetividades orientadas a consolidar más y más a la sociedad
comunista, y que a su vez emana de las relaciones sociales logradas. En tal
sentido podemos preguntarnos ¿de qué vale ahora hacer arte (como forma de
producción subjetiva) si aún no está ella inscrita en ese mundo subjetivo de la
sociedad comunista? Sino que como “toda sociedad de clases, la cultura
intelectual (arte y ciencia) es una creación de la clase dominante; y el
objetivo de esta cultura es en parte asegurar la satisfacción directa de las
necesidades del proceso social, y en parte satisfacer las necesidades
intelectuales de la clase gobernante.” (Luxemburgo, 1903, pág. 5) Y que “las clases
dominantes, por un proceso de enmascaramiento característico, producen
inconscientemente formas de conciencia falsa o alienada que vienen a operar
como poderosas instancias de conservación de sus intereses de clase” (Ojea, 1984, pág. 19) . Al parecer el
artista militante queda postergado a un futuro imposible de predecir dada la
neutralidad que ocasiona a su oficio la cultura existente, como lo define Rosa
Luxemburgo refiriéndose a la creación de la cultura propia del proletariado: “El
proletariado se halla en situación muy distinta (en relación al ascenso
histórico de la burguesía). En tanto que clase no poseedora, no puede crear
espontáneamente en el curso de su lucha una cultura intelectual propia, a la
vez que permanece en el marco de la sociedad burguesa. Dentro de dicha
sociedad, mientras existan sus bases económicas, no puede haber otra cultura
que la cultura burguesa. (…) A pesar de que los obreros crean con sus manos el
sustrato social de esta cultura, sólo tienen acceso a la misma en la medida en
que dicho acceso sirve a la realización satisfactoria de sus funciones en el
proceso económico y social de la sociedad capitalista.” (Luxemburgo,
1903, pág. 5)
Esto posee entera relación con lo expuesto por Lenin con motivo a la primera fase del comunismo (179: 100).
De aquí que aparentemente el artista militante queda neutralizado para producir
una estética pertinente para su causa, dado que sus representaciones se deben
al contexto cultural en el cual está inmerso, y aun que posee conciencia de
clase aun así su producción representativa, interpretativa y recreativa se
sigue debiendo solo a sus relaciones sociales-materiales inscritas en una
sociedad capitalista.
Queda preguntarse ¿Qué hacer? Como bien pregunta Lenin, ¿Qué hacer con el
arte que ahora hago? La respuesta la podemos encontrar al ubicar la producción
artística en la relación que posee la revolución con el Estado en las etapas
ascendentes del socialismo (Lenin, 1979, pág. 92) y como en palabras
de los artistas revolucionarios mexicanos del pasado siglo “(…) Proclamamos que
dado que el momento social es de transición entre un orden decrepito y uno
nuevo, los creadores de belleza deben realizar sus mayores esfuerzos para hacer
su producción de valor ideológico para
el pueblo y la meta ideal del arte, que actualmente es una expresión de
masturbación individualista, sea de arte para todo, de educación y de batalla.”
(Negrillas mías) (Jorge M. Bedoya, 1973, pág. 70) .
De aquí que el artista militante debe
generar el concepto en base a la pertinencia social, para ello hay que generar
una conciencia científica de los procesos diversos de la sociedad, redefinir el
concepto de patria, no asumiéndola desde un enfoque chovinista sino como la
sociedad más próxima e inmediata para actuar, en la cual existen subjetividades
aglutinantes para la militancia y el reconocimiento del devenir histórico hasta
mi individualidad, deslastrarnos de ilusiones estériles y relativizaciones
hasta construir una obra con alto contenido ideológico que forme a las bases
populares para la lucha socialista.
Por otro lado para el artista militante, en su libertad de generar poesía puede prefigurar el establecimiento de la nueva sociedad, proponiendo desde su estética elementos simbólicos y formas de relaciones sociales que constituyan dicha sociedad, de tal modo que ilustre y prefigure nuestra pretensión como militantes, y estimule la militancia masiva, comportándose –la obra- como elemento subjetivo y simbólico que compacta la masa consciente bajo un símbolo común renovado por la sensibilidad artística. De aquí no se supone que el artista deba sustentar su producción en su sola habilidad de crear, ya que así solo sería un reproductor de las alienaciones capitalistas, como se expone arriba, sino que, así como cualquier ejercicio intelectual, una producción artística pertinente debe verse nutrida de la teoría y el estudio de las relaciones históricas de la sociedad, creando una conciencia científica que le permita intuir las prefiguraciones de esa sociedad futura.
Además de esto, y desde una conciencia
dialéctica y revolucionaria el artista debe asumir las instituciones
“artísticas” como órganos aculturantes de la sociedad capitalista y del Estado
que, construido como un Estado burgués periférico - globalmente hablando-
funciona al ritmo de las modas mercantiles de los Estados Imperialista, cual
criterio para la producción artística es como la define Jorge M. Bodeya en su
libro El Arte en América Latina: “los
estetizantes, a todas luces han estado casi por completo apartado de la lucha
política y observando sus obras se advierte una mayor búsqueda de la maniera
individual. Ponen el acento en lo que separa a uno de otros y no en lo que une
a los más.” (1973: 78) De aquí vemos con decepción y nos cuestionamos sobre
¿Cuál es, o son los criterios para que un jurado prefiera un lienzo con manchas
que reflejan un proceso creador que comprende el llenar de pintura el pene del
“artista” y pegarlo luego en la tela? O interpretar en una obra teatral a
Bolívar desde la comedia e medio de un contexto socio político donde Bolívar
posee alto significado ideológico como para tal trivialización; la
individualización es una de las mayores empresas del capitalismo, y una vez
logrado tal estado, este se debe profundizar en la trivialización más
impertinente para los demás y crear a su vez un órgano institucional que la
“valorice” y la oriente como mercancía generadora de estatus ; esto sin duda
nos remite a lo citado por Gonzalo Puente Ojea en su libro Ideología e Historia al referirse al basamento que forma los
distintos tipos de conciencia: “El modo científico de conciencia" -señala
Cornforth- ha llegado a ser gradualmente el factor influyente predominante en
la formación de las ideas sobre la naturaleza, mientras que el modo ilusorio de conciencia ha seguido siendo el factor
influyente predominante en la formación de las ideas sobre la sociedad".
De este hecho resulta la tendencia progresiva de
circunscribir la actividad ideológica a aquellas formas de representación que
tematizan el mundo de las realidades humanas y que comportan sistemas de
valores - religiosos, éticos, estéticos, políticos, sociales, económicos- y de
liberar paulatinamente su apoyadura científico-natural de las influencias de
las especulaciones filosóficas teñidas de intereses y juicios de valor" (negrillas
mías) (Gonzalo P. Ojea, 1984:36).
Por todo esto el artista debe saber ubicar, e identificar la
naturaleza de la institucionalidad actual y orientar su creatividad también a
la construcción de la nueva institucionalidad (Cieza, 2015, pág. 103) observada por
ejemplo en las Leyes del Poder Popular o
en las que bien el artista en calidad de proponente puedan representar en su
obra y en la práctica política.
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